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SOCIEDAD
30 de septiembre de 2023
Estas prótesis fueron fabricadas con una silicona industrial no autorizada, lo cual resultó en una tasa de rotura significativamente más alta que lo normal. Cuando ocurrió la rotura, este material no reconocido migraba por el cuerpo, causando problemas de salud. Actualmente, todavía quedan alrededor de 20 mil mujeres argentinas que no se han unido a la demanda colectiva en los tribunales franceses, pero aún tienen la oportunidad de hacerlo.
Bárbara de Amonarraiz, una de las mujeres argentinas que forma parte de la demanda colectiva internacional por la colocación de implantes mamarios PIP defectuosos, recordó el pánico que sintió cuando se enteró que estaban rellenos con un producto adulterado y dijo que pensó que se moría: "Estallé en llanto y me desesperé porque sentía que tenía en mi cuerpo una bomba de tiempo".
La mujer que hoy tiene 63 años tuvo que hacerse un recambio mamario en 2007 y por consejo de su cirujano plástico decidió colocarse "unos (implantes) nuevos, mejores, franceses" que, según confiesa, le "arruinaron la vida" ya que tuvo que someterse luego a varias cirugías y procedimientos médicos ambulatorios para drenar seromas y padeció trastornos psicológicos por sentir que "podía morir en cualquier momento".
En el final de la década del 80, Amonarraiz era una joven oficinista que sentía que "para ser más linda necesitaba un mayor tamaño de busto" por lo que decidió realizarse una mamoplastía de aumento y luego de buscar referencias llegó a un cirujano plástico "muy recomendado".
"Héctor Méndez me puso los implantes, después me hizo otros retoques y se convirtió en mi cirujano de cabecera", relató en diálogo con Télam la mujer que hoy se arrepiente de no haberse dado cuenta "que era hermosa como estaba".
Amonarraiz hasta 2007 tenía implantes mamarios fabricados en Inglaterra, pero como consecuencia de un accidente doméstico uno de ellos se rompió y como debía extraerlos su cirujano le recomendó reemplazarlos por "unos nuevos, mejores" que venían de Francia.
"Me ofreció los mejores del mundo, son franceses, repetía", apuntó la mujer y enfatizó en que "confiaba plenamente en él", porque consideraba que "lo que estaba haciendo también era cuidando mi salud".
Amonarraiz y su marido decidieron dejar su hogar del barrio porteño de Caballito para emprender un negocio turístico en Monte Hermoso y fue en uno de esos viajes desde la Capital Federal a la ciudad balnearia que escuchó por la radio lo que había sucedido con los implantes PIP y la recomendación de la Organización Mundial de la Salud (OMS) de removerlos.
"Me explotó la cabeza, imaginé que me moría", relató la mujer con lágrimas en sus ojos e insistió: "Estaba segura de que me iba a morir, estallé en llanto y me desesperé porque sentía que tenía en mi cuerpo una bomba de tiempo. Llegué a mi casa y lo primero que me fijé fue la fecha de la operación y coincidía con la fecha que decían en la radio".
"Llamé al médico para explicarle la situación y pedirle el número de serie. Me contestó que no atendía más y que había cerrado la clínica", recordó y ahí comenzó un derrotero de idas y vueltas de consultas médicas que la llevó a un nuevo cirujano: Alberto Ferriols, quien realizó el recambio de prótesis.
"Empecé a ver en televisión a distintas personas afectadas y di con Débora Roilette, una abogada francesa que vivió mucho tiempo en Argentina y que se puso al hombro la demanda, nos ayudó un montón", contó, y aseguró que la ayudó a cambiar su forma de pensar estar en contacto con otras mujeres que vivieron situaciones similares.
La mujer remarcó que cuando decidió hacer cada una de las cirugías investigó y buscó recomendaciones, además de pagar honorarios y operarse en clínicas y con cirujanos "de primer nivel" a los que les confió su vida y no le fue bien.
"Hoy pienso que lo más importante es la salud, ya no la belleza y lo único que recomiendo a quienes se hicieron intervenciones es que no tengan vergüenza, hay muchas mujeres que tienen algo en el cuerpo que las puede matar y necesitan saberlo, pero también tienen que reclamar lo que les corresponde, es su derecho", enfatizó.
Tras el implante de las PIP, durante cuatro años a Amonarraiz se le producían seromas, que es la acumulación de líquido por la remoción de tejido, lo que solucionaba con la práctica de drenajes en centros sanitarios. Además debió someterse a otras seis intervenciones correctivas que le dejaron cicatrices y aún así no logró alcanzar la simetría que buscaba.
"Mi marido me abandonó, invertí muchísimo dinero en las distintas operaciones y vivo a 700 kilómetros de mi familia, la verdad que no, no encontré lo que buscaba, pero intento seguir adelante y por eso espero ganar la demanda y con eso lograr una mejor calidad de vida, tal vez ver a mi familia o hacer un viaje", concluyó la mujer.
"Yo tengo clientas que se la pasan teniendo fiebre, otras que tuvieron embolia pulmonar porque la silicona migró en el cuerpo y, lamentablemente, también tuvimos mujeres que evolucionaron con cáncer, en las cuales es altamente probable que haya una relación con la rotura"Déborah Gignoli Roilette
Es altamente probable que se presente una sexta demanda colectiva dada la cantidad de víctimas que aún no reclamaron a nivel mundial y que la mayoría de los casos no están prescriptos para la legislación francesa.
El cirujano plástico Guillermo Blugerman, que en la primera década de los 2000 utilizó implantes mamarios PIP en cirugías de aumento o reconstrucción de busto sin saber que eran defectuosas, recordó que reemplazaron "hasta ocho pares de implantes por día durante dos años" como consecuencia del escándalo de las prótesis adulteradas por la firma francesa y certificadas por una controladora alemana.
"Fuimos engañados cirujanos plásticos de 60 países", dijo a Télam el especialista en relación a la empresa Poly Implant Prothèse (PIP) pero también a la certificadora TÜV Rheinland que entre 2001 y 2010 avaló la calidad de unas prótesis rellenas con silicona industrial no aptas para el uso médico y con una tasa de rotura muy superior.
El médico explicó que en su momento confió en este producto porque "tenía todos los certificados habidos y por haber que respaldaban su calidad" ya que estaban "avalados por el estado francés y la Comunidad Europea y sobre todo, por una compañía alemana que hacía el control de la calidad".
"Yo tuve la oportunidad de visitar la fábrica antes de empezar a utilizarlos y para el ojo de un cirujano como yo, no de un técnico avezado, cumplía aparentemente con todos los parámetros necesarios. Y entonces yo confié y empezamos a utilizarla", dijo.
"Durante los primeros años los resultados fueron espectaculares y las pacientes estaban muy contentas pero, con el paso de los años, empezamos a notar algunos casos de ruptura precoz del implante, es decir, implantes que regularmente duran más de 10 años, empezaban a romperse al año y medio o dos años", agregó.
Cuando en 2010 se desató el escándalo porque la Agencia Francesa de Seguridad de los Productos Sanitarios (Afssaps) suspendió la comercialización y uso de los implantes mamarios PIP tras comprobar que la firma había rellenado sus productos con silicona industrial no autorizada, Argentina - junto a muchos otros países- se sumó a la prohibición.
"Lo primero que hicimos fue contactar una por una a las más de dos mil pacientes que habíamos operado esos años para controles. Muchas nos decían: doctor, yo estoy perfecta, no quiero tocarme, estoy muy feliz, pero nosotros las conminábamos a que vengan porque realmente podía haber una bomba de tiempo en su cuerpo; no sabíamos qué producto tenían dentro del implante", recordó.
En el caso de sus pacientes, los problemas más graves consistieron "en la migración de parte de esta silicona rota hacia ganglios de la axila" pero no tuvieron casos de migración a todo el organismo o a zonas alejadas del punto de colocación como le ocurrió a la modelo Silvina Luna aunque con otra sustancia, el polimetrilmetacrilato.
"Cuando pasó esto, y a pesar de no ser culpables, decidimos ponerle el pecho a las balas sacrificando nuestro tiempo y nuestro dinero para cambiarle los implantes a toda aquella paciente que quisiera hacerlo y ellas sólo ponían el implante", contó Blugerman.
"Y así durante casi dos años estuvimos cambiando hasta ocho pares de implantes por día y aún hoy, después de más de 10 años, siguen apareciendo pacientes para cambiar sus implantes en nuestro centro médico, porque dimos la cara", agregó.
Blugerman contó que, como muchos otros cirujanos y distribuidores, él también demandó a TÜV.
"Los cirujanos al principio nos sentíamos en parte culpables por haber sugerido el uso de este implante, pero después dijimos realmente nosotros también somos víctimas porque confiamos en la salud pública francesa, en la empresa alemana que hacía los controles, confiamos en el Anmat. Decidimos presentarnos como demandantes y el juzgado de Francia nos reconoció como víctimas", dijo.